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Obras imprescindibles

Mujeres mecenas

Nº de inventario: 2007/72/13

María del Carmen Aragón Azlor e Idiáquez, XV Duquesa de Villahermosa (Madrid, 1841- El Pardo, Madrid, 1905) desarrolló a lo largo de su vida una destacada actividad en el ámbito del mecenazgo cultural, favoreciendo la producción literaria de conocidos autores, como José Zorrilla o Luis Coloma, promoviendo la edición de obras antiguas, así como de numerosos estudios de carácter histórico. Sus convicciones en defensa de las artes y las letras la llevaron a fundar, junto a su marido, el Conde de Guaqui, el patronato Villahermosa-Guaqui dirigido al fomento de la actividad cultural e investigadora.

Su sensibilidad hacia la cultura también alcanzó al mundo de los museos y trascendió su propia vida. Tras su fallecimiento, y por expreso deseo contemplado en una de las cláusulas de su testamento, pasaron a formar parte del Museo del Prado y del Museo Arqueológico Nacional importantes obras procedentes de las destacadas colecciones formadas por sus antepasados. Con destino al Museo Arqueológico Nacional figura una soberbia serie de nueve tapices de los Actos de los Apóstoles, tejidos en Bruselas, en el siglo XVII, a partir de cartones de Rafael así como dos magníficas arcas de caudales de hierro del siglo XVI. Las obras fueran entregadas a este Museo el 12 de febrero de 1906 por el que había sido Bibliotecario de la Casa de Villahermosa, José Ramón Mélida, posteriormente director del Museo, e inmediatamente se instalaron en las salas de esta institución para el disfrute de todos. Como muestra de agradecimiento, y con el fin de perpetuar la memoria de un gesto tan generoso, el Museo decidió encargar su retrato para que, una vez ejecutado, se mostrara en la Sala del Monetario junto a la serie de tapices que habían sido de su propiedad.

En este retrato, obra póstuma de autor aún no conocido, la Duquesa posa sentada, ligeramente girada hacia el espectador, con el brazo apoyado en el respaldo del asiento mientras sujeta la cabeza con dedos pulgar e índice en un gesto de tranquilidad y reposo. Dama de la alta sociedad, va ataviada según la moda de finales del siglo XIX, con un vestido ajustado en el talle, de cuello alto y cerrado, mangas de amplio volumen en la parte superior, con el puño largo y ceñido, todo en tonos oscuros que contrastan con el blanco de un elegante collar largo de perlas, con el que se adorna. El pelo rubio, recogido en un moño alto, se cubre con un pequeño sombrero negro adornado con un broche del que pende una perla.

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