Nº de inventario: 1992/81/1569
Esta medalla, obra del grabador Joaquín Furnó, conmemora el cambio de denominación de la Academia de Arqueología, creada en 1844; por Basilio Sebastián Castellanos. En 1863, tras alcanzar el apoyo de la Corona, se convirtió en Real Academia de Arqueología y Geografía del Príncipe Alfonso, incluyendo la referencia a su protector, el príncipe Alfonso, hijo de Isabel II y futuro Alfonso XII. También sirvió para premiar la labor a favor del estudio de la arqueología, nueva disciplina dedicada al conocimiento del pasado a través de sus restos materiales, que urge en nuestro país en estas fechas.
El anverso presenta el retrato de la reina Isabel II (1833-1868) y el reverso, una corona de laurel con el espacio interior destinado al nombre del premiado, en este caso, el de Basilio Sebastián Castellanos de Losada (1808-1891), director de la propia Academia, y en aquel momento, a cargo del Museo de Medallas y Antigüedades de la Biblioteca Nacional. Posteriormente fue conservador en el Museo Arqueológico Nacional y su director entre 1886 y 1891. La efigie de la reina nos muestra a Isabel II a la edad de 34 años. Es aún muy joven, pero en estas fechas ya ha recorrido la mayor parte de su reinado, el más largo de los habidos en el siglo XIX. El momento histórico que ocupa la España isabelina estuvo marcado desde sus comienzos por la crisis institucional que provocó su nacimiento como mujer, cuestionándose su ascenso al trono y provocando un conflicto dinástico e ideológico que conduciría a graves enfrentamientos entre sus partidarios y sus detractores. Tras la muerte de Fernando VII, los liberales depositaron en la figura de Isabel II, las esperanzas de un cambio y del fin definitivo del Antiguo Régimen. La suya es una etapa fronteriza caracterizada por los vaivenes políticos y sociales de un país que da sus primeros pasos hacia un Estado constitucional, la industrialización y el capitalismo, en un momento no exento de graves dificultades económicas. La vida de la reina, anclada a la época en que nació, inmersa en un complicado entramado familiar, entre los rígidos patrones morales y religiosos y la nueva sensibilidad romántica de la época, son elementos que encarnan su propia crisis personal. Y es en este entramado donde se desarrolla su reinado, una sociedad en crisis que busca su renovación y nuevas alternativas para el pensamiento, el arte y la cultura, símbolo del nuevo espíritu del país, renovación de las manifestaciones artísticas y culturales a las que la Corona no es ajena.
Las artes y la promoción de la cultura gozaron de la especial protección y apoyo de Isabel II. El teatro, la música y la producción artística fueron objeto de su particular interés, pero también el fomento de instituciones y organismos dedicados a la educación y al conocimiento y divulgación del pasado histórico. Bajo su reinado se iniciaron obras como las del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales (1866), uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos del siglo XIX que suponía la aparición del mayor espacio público dedicado a la conservación y difusión del patrimonio cultural español, o la creación del Museo Arqueológico Nacional (1867), al tiempo que mostró su decidido apoyo a corporaciones como la Real Academia de Arqueología. La medalla, por su temática y fecha, es un buen ejemplo para recordar cómo, a pesar de la inestabilidad del período, de sus luces y sus sombras, hubo un espacio para la cultura, elemento fundamental de un país y una sociedad que a lo largo del siglo XIX irán cobrando nueva forma y adentrándose hacia su modernización y de los que Isabel II no fue ajena.