Nº de inventario: 1971/10/1
Esta escultura, un busto femenino tallado en bulto redondo de gran calidad artística, constituye sin duda una de las manifestaciones más destacas y conocidas de la cultura ibérica. Aunque la pieza fue fruto de un hallazgo fortuito, realizado en la Alcudia de Elche en 1897, y se desconoce cuál pudo ser su contexto arqueológico original, sus atributos y otros aspectos formales, documentados en el mundo ibérico, permiten fecharla entre finales del siglo V y principios del IV a.C.
La figura nos muestra a una mujer ricamente ataviada, con rasgos faciales finamente modelados, ojos, con el iris inciso, boca cuidadosamente trazada, y un ligero prognatismo en la mandíbula inferior. Cubre la cabeza con un suntuoso y complicado tocado compuesto por tiara y ancha diadema de cuentas que se ajusta a la frente, además de los dos grandes rodetes, que la caracterizan, enmarcando el rostro. Sendas ruedas, posiblemente estuches metálicos para encerrar el cabello trenzado o recogido en espiral, se sujetan encima de la cabeza con un doble tirante. Viste túnica cerrada por una pequeña fíbula anular, un velo rojo, y un grueso manto de grandes pliegues, y se muestra cubierta por múltiples adornos entre los que destacan dos collares con anforillas colgantes y un tercero con porta-amuletos en forma de lengüeta. Lleva pendientes de placas, y colgantes con ínfulas. El leve tono rojo de los labios, y algunos restos de azul egipcio y de láminas de oro, de las que apenas quedan restos visibles, hacen pensar que, en origen, toda la escultura estaría ricamente policromada al igual que otros ejemplos, hoy día, bien conocidos, como la Dama de Baza.
Un elemento a destacar es el hueco que presenta en la espalda, cuya funcionalidad, clave a la hora de conocer el significado de la figura, fue discutida en diversas ocasiones. Tras las analíticas realizadas en 2011 de las micropartículas existentes en dicho hueco, se demostró que contenía cenizas de huesos humanos, por lo que la escultura tiene un uso como busto-urna funerario, como otras esculturas ibéricas, femeninas y masculinas. La pieza probablemente fue un busto desde su origen y su lectura mayoritaria en la actualidad se orienta en clave aristocrática ibérica. En ocasiones se ha planteado si se trata de una mujer real o una diosa, si se quiso esculpir un auténtico retrato, o se trata de un rostro idealizado. En la Antigüedad, e incluso en nuestra sociedad, hasta épocas recientes, los tocados mitrados y el uso de velos, como el que le cae a la Dama por la espalda, estuvieran relacionados con el culto, la religión y la presencia de santuarios, lo que ha llevado considerar que pudiera tratarse de una sacerdotisa o, como otras esculturas femeninas interpretadas como tales, una oferente en un determinado momento ceremonial. Una gran parte de la investigación hoy, sin embargo, ve en ella la representación de una mujer de alto rango, una Dama ibérica, cuya abundancia de joyas y calidad en su indumentaria indican el elevado estatus social al que habría pertenecido y representado. Quizás una antepasada de alto linaje y prestigio, convertida en un símbolo de la comunidad local, modelo de identidad colectiva. La emblemática Dama de Elche, por otra parte, es una obra fascinante que se encuentra en el imaginario colectivo y tiene, además, una intensa biografía cultural, convertida en arquetipo o símbolo social al servicio de un pasado común, icono de ayer y hoy. Una obra maestra, en cualquier caso, de grandes valores plásticos, aportación de la cultura ibérica a la historia del mediterráneo antiguo, con numerosas lecturas y significados.