Nº de inventario: 50242
Doña Constanza de Castilla era nieta del rey Pedro I de Castilla, apodado el Cruel por los numerosos asesinatos que ordenó, y de doña Juana de Castro. Contrajo matrimonio con ella en Cuéllar, Segovia, en 1354 y la abandonó a los pocos días, dejándola encinta. Doña Juana se retiró a Dueñas, Palencia, adoptando desde entonces el título de reina. Tuvo un hijo, el infante don Juan, que sufrió prolongado exilio en Inglaterra. Al concertarse el matrimonio de Catalina de Lancaster (+ 1418) y el heredero, Juan I de Castilla, éste exigió la entrega de don Juan en 1386, siendo enviado prisionero a la fortaleza de Soria. Perdida la esperanza de huir, se casa allí con la hija del alcalde, Elvira de Falces, de la que tiene dos hijos, don Pedro y doña Constanza. La reina Catalina fue protectora de doña Constanza, que debió de ingresar muy joven en la Orden dominica, en cuyo desaparecido convento madrileño transcurrió el resto de su vida. En 1416 ya desempeñaba el cargo de priora, como se atestigua en una carta de la reina, regente entonces, firmada en Valladolid, el 20 de enero. Recibió numerosos beneficios de varios reyes, lo que es testigo de su gran influencia en la corte. Las donaciones recibidas le permitieron realizar numerosas obras en la mejora del convento, que había sido iniciado por Alfonso XI y se terminó ya en el siglo XV, durante su priorato. A ella se debe la capilla mayor, el refectorio y el llamado claustro que lleva su nombre.
Con el propósito de iniciar la rehabilitación de su linaje, consiguió Doña Constanza solicita un real permiso para trasladar los restos de su padre y sepultarlos en la iglesia del monasterio. Fallece tras cinco décadas rigiendo el monasterio. Las religiosas dominicas conservaron su memoria con un sepulcro, con estatua yacente y escudo de su linaje, en blanco alabastro, adosado a una de las paredes del coro de la iglesia. El sepulcro, actualmente en el Museo Arqueológico Nacional permite contemplar las calidades del alabastro. El sarcófago está tallado en tres de sus frentes. Preside el frente del sarcófago el escudo parlante de la difunta sostenido por dos ángeles y se completa la decoración con cuatro Virtudes, dos teologales, Fe y Esperanza, y dos cardinales, Prudencia y Templaza, según convenciones de la época, provenientes de la Italia trecentista.
Sobre el sarcófago reposa la estatua yacente, ataviada como religiosa que sostiene un rosario, devoción creada por los dominicos, y un libro de notables dimensiones, identificable con toda probabilidad, con el libro de las Constituciones de la Orden. A la cabecera y a los pies, dos religiosas orantes, tal vez asistentes al sepelio.